lunes, 21 de enero de 2013

Fin

¿Y qué hacer cuando todo está perdido? Echas la vista atrás y piensas en todo lo que has dejado por el camino sin importarte las vidas que has destrozado.
Piensas que es lo mejor para todos, pero en realidad solo es lo mejor para ti. No te importó cuando cogiste ese avión, ante las atentas miradas de tus amigos, esperando que fuese una broma, y que, volverías corriendo a sus brazos riéndote y diciéndoles que nunca te separarías de ellos. Simplemente dejaste la maleta y entraste al avión con la música puesta, sin pararte un momento, mirar sus rostros descompuestos por el dolor, y recapacitar sobre tus actos. Ni una mirada, nada. Cuando el avión despegó, ella se desplomó en el suelo y lloraba sin parar, nunca se atrevió a decirte que estaba enamorada de ti, y aunque no lo querías reconocer, tú también estabas enamorado de ella.
Nunca les dijiste porque te marchabas, simplemente te limitaste a comunicarles tus intenciones. Te prepararon una fiesta y no acudiste, preferiste quedarte en casa, solo.
Ahora estás a muchos kilómetros de ellos, y ni te dignas a llamarles, o por lo menos decirles que las cosas te van bien. Suelen llamarte tres o cuatro veces al día, y no respondes ninguna llamada. Borras todas las llamadas perdidas, incluso los has borrado de tu lista de contactos. Te envían mensajes y no los lees, ¿De verdad crees que merecen lo que les estás haciendo? Claro que lo sabes, pero prefieres no abrir los ojos, y empezar una vida nueva. Quizás esté bien tu decisión, pero no el modo en que la has llevado a cabo.

Pasan los meses y decides volver, has cometido muchos errores, sí, pero estás dispuesto a remediarlos.
Gastas todos tus ahorros en un billete de vuelta, no tienes más que lo puesto, y cuando llega el día, te embarcas y vuelves.
Durante el trayecto, les dejas como veinte mensajes en el contestador, anunciándoles tu regreso, y después de tu marcha, esperas deseoso que tus amigos vayan a esperarte.Solo faltan dos horas, y tu pulso se acelera, llevas muchas horas en el avión y estás fatigado, pero la espera se terminará pronto. Las azafatas van sin parar por todo el avión ofreciendo bebida y comida a los pasajeros. Te pides una bolsa de cacahuetes y un refresco de cola. Es caro, pero aún te sobra algo de tu dinero.
Media hora no es mucho, y cuando te quieres dar cuenta, ya estas aterrizando y por fin podrás salir de ese pájaro mecánico. Estás eufórico, deseoso, extasiado por verlos. Pero sobretodo por verla a ella. Quieres decirle que lo sientes que nunca te tenías que haber ido y confesarle el amor que sientes por ella, y que nunca antes te has atrevido a contarle.
Pero pronto vuelves al mundo real, no hay nadie esperándote, como ellos, piensas que es una broma y que saldrán de detrás de las escaleras para recibirte, pero sabes que no va a suceder. aún no has perdido la esperanza, quizás no hayan escuchado los mensajes. Coges un taxi y te diriges al cuchitril en el que estabas alquilado, pero que al fin y al cabo, era tu hogar. Subes las escaleras e intentas abrir la puerta. Ésta no cede. Lo intentas una y otra vez, pero parece que la llave no coincide con la cerradura. Alzas la vista para ver el número metálico que cuelga de la pared, sí, es tu planta, no te has equivocado de puerta. Sueltas las maletas y te dispones a subir al siguiente piso, donde reside tu casero, cuando te topas con él, el cual lleva unos cuadros que te resultan bastante familiares. Exacto, son tus cuadros. Lo paras, y poco a poco, lo que pretendía ser una conversación, termina siendo una discusión. Tus actos precipitados e imprudentes, te han llevado a quedarte sin hogar. Intentas replicar, pero de un empujón, el hombre te lanza escaleras abajo, quizás no sería su intención, pero de algún modo, sabes que lo mereces.
Te quedas un tanto confuso por el golpe, cuando ves dos figuras volar por encima de tu cabeza. También te ha tirado las maletas.
Las coges, y una fugaz idea pasa por tu mente: Tus amigos. Claro, ellos no tendrán ninguna queja en ofrecerte su casa para vivir por un tiempo, al fin y al cabo son tus amigos, ¿No?. Encaminas tus pasos calle arriba, la casa de la muchacha no está muy lejos de la tuya. Cuando llegas, tus ojos se iluminan de una manera inhumana, tienes la certeza de que te acogerá en su casa con los brazos abiertos; siempre había sido una chica muy afable y generosa, y más con sus amigos. Subes las escaleras de dos en dos, a pesar de las maletas, te sientes ligero como una pluma, son cinco pisos pero no te importa, pronto dormirás en una cama calentita. Llamas al timbre varias veces, sabes que hay alguien porque has visto luz, pero nadie abre. Sigues llamando y no hay respuesta. Acercas tu ojo derecho a la mirilla. Sabes que no conseguirás ver mucho, pero si hay alguien al otro lado, lo reconocerás. Efectivamente, un ojo abarca borrosamente todo el contorno de la mirilla, y segundos después desaparece.
Minutos después, escuchas un grito de mujer al otro lado de la puerta: Te invita, de malas formas, a que te vayas. Sabes que es ella, pues su voz la reconocerías entre un millón de mujeres, pero también sabes que le hiciste mucho daño, y a tus amigos también.
Después de una larga pausa, más calmada, ella vuelve hablar. En su voz se nota que está llorando, y te dice que no intentes ir a casa de nadie, nadie querrá tu compañía. No los tuviste en cuenta para nada, solo pensabas en ti y ahora estás pagando tu penitencia.

Pasas las noches de portal en portal, intentando resguardarte del frío, mientras piensas, lo diferente que hubiese sido todo, si lo hubieses hecho de otro modo. Ni siquiera, te atreves a volver a rememorar los motivos que te llevaron a largarte, a huir de todo; ese recuerdo te acecha en cada esquina, y te recuerda, que te has quedado solo por abandonar a tus amigos, por tu egocentrismo.

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